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¿Qué acredita a Jesús como buen pastor?


Cuarto domingo de Pascua

Con justa razón, Jesús se autoproclama como el buen pastor: “Yo soy el buen pastor” (Jn. 10, 11). La imagen del buen pastor es muy propia del tiempo de Jesús, pues era costumbre que el pastor, durante meses, día y noche, arriesgara su vida con sus ovejas allá en la montaña, enfrentando los riesgos del terreno, del tiempo y de los animales salvajes; diferente del asalariado, que ante los riesgos abandonaba a las ovejas. Pues Jesús es ese buen pastor que acompaña sus ovejas atendiéndolas en las contingencias del camino: consoló a los tristes, curó a los lastimados por el pecado, levantó al paralítico, etc.

En la tradición bíblica, los reyes, los patriarcas, los profetas, entre otros, eran también considerados como pastores del pueblo y de hecho hubo muchos que lo hicieron muy bien, podemos hablar por ejemplo de Moisés que, con el mandato y el poder de Dios, condujo al pueblo de la esclavitud de Egipto hacia la tierra prometida, cruzando portentosamente por el desierto. Pero Cristo es el pastor por excelencia, pues Él tiene dos peculiaridades muy especiales: La primera: “Yo soy el buen pastor, porque conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí… ellas escuchan mi voz…” (Jn. 10, 14-16); obviamente no se trata de un conocimiento físico; Él nos conoce porque conoce desde luego nuestro valor, nuestra dignidad, pero también nuestras miserias y fracasos. Su comprensión es tan profunda que implica, entre otras cosas, una confianza inquebrantable, primero de Él hacia nosotros, como debería de ser también de nosotros hacia Él. Sin esa confianza, el pastor no sería escuchado o su voz sería una entre otras. Se trata de una relación de amor, del mismo amor que une al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, pero que también une a esas tres Personas Divinas con las ovejas que han sido marcadas con el sello de la gracia. Es la unidad de amor que nos da la fe, cuando ésta nos lleva a poner a Dios por encima de cualquier otra . Es la unidad de amor, que capacita al creyente para enfrentar los retos de la vida.

La otra peculiaridad: “Yo doy la vida por mis ovejas… El Padre me ama porque doy mi vida para volverla a tomar. Nadie me la quita; yo la doy, porque quiero. Tengo poder para darla y lo tengo para volverla a tomar” (Jn. 10, 17-18). Esta peculiaridad, que ya tomaba sentido en la vida pública de Jesús, llega a su plenitud en su muerte y resurrección. Con su muerte y resurrección nos muestra que es capaz de bajar a las sombras de nuestra muerte, para conducirnos hacia la vida plena.

 El buen pastor va por delante de las ovejas para mostrarles el camino. Si el buen pastor abre paso por las cañadas oscuras, para llevar sus ovejas a los buenos pastizales, Cristo ya ha pasado la cañada más oscura, la cañada de la muerte. Por eso para los antiguos cristianos era común que en los sarcófagos se pusiera la imagen de Cristo buen pastor, con su bastón en la mano, para indicar que al ser querido que había muerto se le depositaba en el sepulcro con la confianza de que Cristo buen pastor le haría pasar de la oscuridad de la muerte a la luz de la vida verdadera. “Él mismo ha recorrido este camino, ha bajado al reino de la muerte, la ha vencido y ha vuelto para acompañarnos ahora y darnos la certeza de que, con Él, se encuentra siempre un paso abierto” (Benedicto XVI, Salvados en la esperanza, 6).

Pero Cristo, da seguridad no sólo en el paso más difícil como es el sepulcro, sino también en las oscuridades de la vida cotidiana; como enseña Benedicto XVI: El buen pastor, “expresaba generalmente el sueño de una vida serena y sencilla, de la cual tenía nostalgia la gente inmersa en la confusión de la ciudad” (ibidem); en ese sentido, Cristo buen pastor es algo propicio para el hombre de hoy, que vive inmerso a un ritmo de vida nada fácil, a veces creyendo lograrlo todo, pero confundido en mil problemas. Jesús no espera los momentos de aprieto para dar la vida, también ofrece serenidad en el día a día.

Jesús, buen pastor, es la piedra angular, que “los constructores, han desechado y que ahora es la piedra angular” (He. 4, 11). En Él pongamos toda nuestra confianza, pues Él nos hace pasar de la muerte a la vida.

Pbro. Carlos Sandoval Rangel
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